sábado, 1 de octubre de 2011

Sergio Bizzio


El reflejo de las hojas

Se va la primavera, y veo eso con buenos ojos.
Va de nuevo: la primavera, veo eso
con buenos ojos.
Y estudio
el reflejo de las hojas en ese aro redondo
que cuelga de tu oreja como un diminuto gong
encomillado; traduzco:
las hojas de los libros
por donde pasa también la primavera,
libre del deseo de agradar.

Hay, además (retórica pura),
un cuerpo incapaz de hacerse evidente
al que llamaría “sombra de cada cosa” o “sombra
de cada estilo”. ¿Qué es? –Quién sabe…
Pero ella siente que una mano desgarra su vestido.

Lilas y lilas
y todo concluye a su modo.
La forma de la casa avanza
entre flores que se mueven en dirección a la noche
buscando los rostros que tenían
antes de que el mundo fuera hecho.
¿Es divino?

Quizá.
Pero qué raro, entre estos espinillos,
llamarse Bizzio.





Cóctel

Nada justifica que yo corte esta línea en dos, pero
fui a sentarme y se me vino encima el sillón.
“¿Pensarán que soy surrealista?”, me dije.


En ese momento decenas de poetas
intercambiaban sus muertes, sus cisnes, sus mercados
(¿qué más se puede hacer
cuando se escribe mal?). Resbalé todavía
unas cuantas veces más
tratando de levantarme, siempre sin gracia,
mientras unos relámpagos firmaban el cielo en el jardín.


¡Qué vergüenza!
“Salir y que haya afuera, salir y que haya afuera”,
no pensaba en otra cosa.


Una mujer (con los ojos ilustrados por la tormenta)
lanzó un brazo sobre mis hombros como un boomerang
y me preguntó si estaba bien.


Me dejé llevar. La lluvia, fina,
nos cubrió en el primer escalón.


A mitad de trayecto un grillo saltó sobre mi cara:
“¡Tenés que creerme, yo también soy de allá!”.


Chocamos -al pasar- con el dedo extendido
de una estatua, rompiéndolo.


Ya en su auto, un auto pálido, impecable,
los seguros se activaron.
“Discutamos, mi amor,
ahora que ya no somos libres,
ahora que ya no hay nada que decir”.


Entonces (entonces) reaccioné.
Seguía en el suelo.
(¡Ah, qué modo éste, qué maneras
las del presente sin el ruido de lo actual!)
“El piso de esta sala debió ser locamente lustrado
para que un sillón se comporte así”.


Nota: nació en Villa Ramallo, provincia de Buenos Aires.
Publicó las novelas El divino convertible (1990), Infierno Albino (1992), Son de l África (1993), Más allá del bien y lentamente (1995), Planet (1998), En esa época , Rabia (2004), Chicos (2006), Era el cielo (2007), Realidad (2009) y Aiwa (2009); las obras de teatro “La china” y “El amor” (Dos obras ordinarias, 1995), en coautoría con Daniel Guebel, y Gravedad (1999). En poesía Gran salón con piano (1982), Mínimo figurado (1990), Paraguay (1995) y El abanico matamoscas (2002). Recopiló su obra poética en el libro Te desafío a correr como un idiota por el jardín (2008).

1 comentario:

  1. Me encantó "El reflejo de las hojas" como primer contacto. Me atrajo y me dieron ganas de colgarme del arogongencomillado.

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